viernes, 7 de agosto de 2009

Una noche en mi cuidad


Eran las cinco menos cuatro de un nuevo día, y caminaba tranquilo por mi cuidad, disfrutando de su arquitectura sumida en la oscuridad. Llevaba un paso arrítmico. No intentaba ocultar mi presencia a algún gusano, mas bien, caminaba danzando con un pequeño vaivén para denotar la alegría que me embriagaba.

Caminando sin destino concebido, aparece ante mí un chalet elegante con coloridas luces de neón. Para mi sorpresa el guardia, de exquisita vestimenta, me invita a relajar mi cansado andar.

Ante tan amable invitación, no me quedó otra que aceptar. No está en mí ser mal educado, y si bien no conocía al caballero, palabras tan cordiales solo podían indicar un gesto de magnánima hospitalidad.

Entré dando volteretas a este lugar, donde mágicamente habían llevado la noche a su interior. Me sentaron en uno un palco digno de un rey. Perfectamente podría caber una persona recostada, aunque no parecía lo más apropiado para ese momento. Me ofrecieron algún tipo de refresco para saciar mi sed. Y como no quería ser descortés solicite al sirviente de aquel lugar que me trajera su más exótico brebaje.

En un solo parpadeo apareció el joven pero ahora con un vaso en la mano. Mi lengua, ya gruesa y seca, reclamaba probar tan dulce elixir del que emanaba ese olor azucarado. Mis manos sostuvieron el vaso con cautela, derramando cautelosamente algo del líquido sobre mis pantalones en señal de agradecimiento, y empine la bebida para no perder ni una gota de tan delicioso néctar.

Sin duda debo de haber causado una gran impresión, pues luego de unos minutos se me acerco una hermosa doncella. Seguramente era una de las hijas predilectas del dueño de esta hacienda, pues a medida que entrábamos en confianza, me platicaba sobre su presentación previa para los asistentes, y de las ovaciones recibidas de los asistentes.

Luego de unos instantes la moza se alejo de mi lado para acompañar a otro visitante. Probablemente un conocido de la familia, ya que lo saludó con gran familiaridad y entusiasmo.

Solicite otra de aquellas bebidas para satisfacer a mi tan exigente paladar. Sin embargo, cuando iba por mi segunda degustación, sentí algo extraño. Era más que seguro que alguien estaba tratando de envenenarme, un fuerte dolor estomacal se apoderó de mis entrañas, y un malestar generalizado se extendió por todo mi cuerpo. La muerte se iba apoderando de mi ser.

Pero como soy bastante culto, recordé un clásico del cine arte cuyo nombre no recordaba a causa de mi envenenamiento, y seguí las instrucciones que allí mencionaban, vaciando mi estómago discretamente sobre la mesa, expulsando el veneno de mi cuerpo.

Rápidamente el guardia se apresuró a prestarme ayuda, incorporándome sutilmente y llevándome a la entrada (que ahora era salida) del lugar para que tomara aire fresco. Me dio un ligero golpe en la espalda para darme ánimos, pero mi cuerpo ha de haber estado muy debilitado, pues salí despedido contra la calle.


El guardia también se sorprendió de mi inusitada debilidad, y no pudo moverse, quedando petrificado junto a la salida. Ante la situación, no me quedó más que levantarme dándole las gracias y diciéndole que no se preocupara por mi.

Decidí volver a mi hogar, pues el debilitamiento no se alejaba y mi cuerpo me pedía una pequeña siesta. Mientras caminaba, mucha gente me reconoció y saludaba amablemente mientras le daba la mano. Pienso que muchos me deben conocer desde mi niñez, pues utilizaban los típicos apodos con que me llamaba mi hermano y mi padre. Además, varios de ellos mandaban saludos a mi madre, confundiendo muchas veces su apellido y profesión.

Unos chicos incluso me ayudaron quitándome el peso de los bolsillos mientras me mostraban técnicas propias de pugilistas profesionales. Es regocijante ver que algunos jóvenes aun se interesan por los deportes y no dedican tanto tiempo a la televisión.

Me acomodaron amablemente sobre la escalera de lo que deben haber pensado, era la entrada de mi hogar. Como no quería herir sus sentimientos, me quedé recostado hasta que los perdí de vista, para luego reincorporarme y seguir mi camino.

Fue en eso que vi unas luces parpadeantes. Corrí hasta ellas pensando que alguien podría necesitar de mi ayuda, empero mi mala fortuna fue mayor, y un can cuya raza ha de haber sido un galgo dado su extrema velocidad, se cruzó en mi carrera haciéndome perder el equilibrio, no sin antes ver lo que parecía una ardilla que corría en medio de la noche en busca de cobijo. Por suerte el can la cogió con una sonrisa y se la llevó, probablemente a un lugar más confortable y seguro. Pero mientras la ardilla encontraba consuelo, yo seguía cayendo mientras un ruido ensordecedor llegaba hasta mis oídos, como si de sirenas llamando a un pirata se tratase. Alcance a dar sólo unos cuantos pasos más, cuando mi cara dio contra un vidrio próximo, quedando cara a vidrio-cara de su presencia mi estimado señor.

Eso es lo último que recuerdo, mi estimado sheriff. Le agradezco su hospitalidad y creo que aceptaré su invitación a pasar la noche en su morada, pero he de advertirle que soy un hombre de gustos refinados y no muy fáciles de complacer.

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